La leyenda negra contra España, tan difundida por Gran Bretaña antaño y hoy por el socialismo del siglo XXI, cobra en estos tiempos inusitada fuerza y virulencia. A la izquierda que pide perdón por una historia de la cual cualquier otra nación se sentiría muy orgullosa, se suma el populismo nacionalista de derechas, que pide la expulsión de nuestros hermanos hispanoamericanos de España. Es la lógica consecuencia de jugar a la radicalidad: siempre aparece alguien más radical que tú. Cuando deberíamos, por el contrario, de mostrar nuestro orgullo por los hospitales que en 1503 ya se habían puesto a disposición de los indígenas en América o por las universidades que allí creamos. Porque España no fue conquistadora, fue civilizadora. La inmigración legal y ordenada es buena. Las sociedades abiertas se han construido sobre la diversidad, sobre la mezcolanza.

Últimamente, ex cargos de VOX y los hooligans que moran en las redes sociales se han sumado a esta campaña, bajo la cual late una lamentable xenofobia y algo peor: la idea del no-pueblo encarnado para ellos por los inmigrantes, vengan o no legalmente, se hayan adaptado o no a nuestras costumbres y leyes, aporten emprendimiento o esfuerzo o no.

Y es que el populismo nacionalista identifica al antipueblo con aquellos que le impiden el cumplimiento de sus objetivos como nación a través de la “contaminación” de su raza o cultura. En el fondo, lo de García Gallardo es lo de Puigdemont y Silvia Orriols.

Lo lamentable es que en Torrelodones el PP presentase una moción pidiendo condenar expresiones xenófobas como “si hay panchito no hay votito” en el Pleno, en defensa de quienes sufren estos ataques, y VOX votase en contra. Menuda confesión de radicalidad. Menuda confesión de parte. Pues con estos bueyes no hay que arar.