Besar la lona

El mismo día que colgaron la lona con la leyenda de “corrupto” y el rostro contrahecho de Sánchez, la presidenta del Congreso prohibía la presentación de un documental sobre la historia criminal del Partido Socialista Obrero Español. Les faltan manos para tapar tantas fugas. Para un presidente que se toma la política como un combate permanente, estar en la lona, besarla con labios deprimidos, es la gran derrota.
Hay que remontarse al origen. Feijóo, que no suele ser preciso en los términos que utiliza para identificar las situaciones, acertó en el diagnóstico: “esto es un error”, le dijo a Sánchez el día de la investidura.
La legislatura se ha basado en dos principios: dar a los socios todo lo que pidan, aunque pidan más de lo que se les puede dar, y robar todo lo posible, chicos, porque esta es la última oportunidad que vamos a tener. Los de Sánchez venían ya de fiesta. Venían de las juergas de Ábalos, reventando habitaciones en los paradores de la España vaciada. En Sigüenza y en Teruel son pocos, pero les gustan los chismes como a los demás. En las provincias hay poco ruido, por eso recuerdan con precisión a un ministro que organiza farras.
No podemos hacer predicciones sobre el final, por mucho que, desde el principio, supiéramos que esto no podía durar. Contamos con la capacidad de resistencia de un Pedro navajas, capaz de relinchar sobre las ruinas del Estado, rodeado de fieles obcecados con mantener el poder.
Hemos arrastrado durante meses esta sensación de final de mandato. Pero en esas depresiones Sánchez redobla la apuesta, inventa enemigos exteriores, se pelea con Trump, insulta a Israel, y sería capaz de declararle la guerra a Dinamarca con tal de seguir unas horas más como presidente, emborrachado por la ilusión de rescatar a las empresas que le sugiera Begoña, satisfecho con la perruna lealtad de Bolaños, entretenido con los gruñidos de Puente. Por mucho que le veamos tendido en la lona, babeando sangre, pastando la rosa que sostiene su puño.