Es sabido que los políticos comunistas son inasequibles al desaliento e impermeables a la realidad. No importa que su doctrina y sus gobiernos hayan fracasado en todos y cada uno de los países donde han metido sus zarpas a lo largo de la historia, desde Rusia hasta Cuba, pasando por Corea o Albania.

El fantasma del comunismo del que hablaban Marx y Engels hace casi 175 años arrasa desde hace décadas América Latina, llevándose por delante las instituciones, las libertades y las riquezas, empujado por el Foro de São Paulo. Fidel Castro, Hugo Chávez, Lula da Silva, Evo Morales, Daniel Ortega y Rafael Correa llegaron a los gobiernos de Cuba, Venezuela, Brasil, Bolivia, Nicaragua y Ecuador dejando tras de sí un rastro inconfundible de miseria y violencia.

Y en ese caldo de cultivo latinoamericano creció el movimiento que gobierna España desde 2018 y al que se ha abrazado el partido antiguamente llamado Socialista Obrero Español. No hay institución que no hayan pervertido y no hay contrapeso que no hayan querido derribar para instaurar por la puerta de atrás una república populista a imagen y semejanza de los regímenes caribeños que defienden sin disimulo.

Con la Corona, la Constitución, los jueces, la fiscalía, la televisión pública o los centros de estudios, no ha habido poder, organismo o institución que no hayan atacado ferozmente para que se someta a su voluntad caprichosa. La llamada ley del solo sí es sí ha sido el último ejemplo de la determinación por socavar cualquier traba a sus planes. El bochorno de ver a una alto cargo gubernamental, sin formación en derecho ni experiencia profesional, mandando a estudiar a los jueces, puede darnos la pista de lo lejos que están ya de la realidad y lo poco que les importa. La bronca es un aviso a navegantes. El que no comparta con entusiasmo el camino hacia el abismo, se llevará puesta la marca de facha que ya tiene hasta Joaquín Sabina.

Y aquí es donde entra en juego Madrid. Madrid como contrapeso, como límite, como obstáculo para su proyecto de ruptura. Madrid como obsesión de la izquierda para intentar doblegar a quienes defienden con firmeza el Estado de Derecho, la convivencia y la libertad.

No se trata de la sanidad. Si fuera así, se hablaría de la huelga sanitaria en Cantabria, la falta de médicos en Aragón o las listas de espera en Cataluña. Pero no es eso. Es Madrid. No se trata tampoco de las rebajas de impuestos o del supuesto dumping fiscal, porque entonces se hablaría de que son el País Vasco y Navarra quienes realmente juegan con unas reglas que no se permiten al resto. Pero no es eso. Nunca lo fue.

Esto no va de sanidad, educación o impuestos. Esto va de intentar eliminar toda disidencia. Esto va de quién defiende a España frente a quienes prometen impunidad a los que apoyen al gobierno en su viaje por fascículos hacia una república plurinacional populista con perspectiva de género que nadie ha votado. Y en esa defensa estará siempre Madrid. Los comunistas fracasarán de nuevo. Y no aprenderán nada.