Pedro Sánchez nos miente. Nos mintió cuando aseguró que le quitaría el sueño gobernar con Podemos. Pero le dio entrada a Pablo Iglesias en el consejo de ministros para conservar el poder. Nos mintió cuando reiteró hasta la saciedad que no pactaría con EHBildu. Pero lo ha hecho para sacar adelante sus Presupuestos. Nos engañó a todos cuando no tomó medidas contra el coronavirus, cuando él ya tenía datos acerca del peligro de la pandemia. Y nos ha hurtado datos certeros acerca del alcance de la enfermedad y del número de muertes que ha ocasionado.

El suyo es el gobierno de la mentira y ahora pretende hacerse el dueño de la sinceridad mediante un Ministerio de la Verdad que determine qué es verídico y qué es falso. La sociedad distópica que George Orwell nos dibujó en 1984 parece más vigente de lo que imaginábamos.

Ya nos advirtió Maquiavelo de que la mentira es una necesidad del gobernante para sobrevivir políticamente y Max Weber retiró que “quien no esté dispuesto a perder su alma no puede dedicarse a la política”. Pedro Sánchez hace ya tiempo que entregó su alma al diablo de la falsedad a cambio de los beneficios del poder.

La gran paradoja de la democracia es que los ciudadanos aceptemos la mentira como forma habitual de gobierno. Noam Chomsky, citando a Lippman, denominaba a la masa como un rebaño desconcertado que observa de forma pasiva los acontecimientos dirigidos por la élite. Es la democracia del espectador, en la que el votante se cree legitimado por su derecho a participar en las elecciones, cuando realmente, se limita a asumir el consentimiento que le han fabricado.

En La rebelión de las masas, José Ortega y Gasset nos dibujaba unas muchedumbres de individuos sin calidad que accedían al poderío social y político, consolidando el triunfo de pseudointelectuales incualificados, incalificables y descalificados, rigiendo los destinos de masas egregiamente disciplinadas.

Es la crisis en la que nos encontramos sumidos. Gobernantes incapaces que se amparan en la mentira, frente a masas conformistas y adormecidas. Y no hacemos nada por remediarlo.