Madrid parece últimamente el escenario de una película apocalíptica, o de una de las historias que nos contaba Francisco Ibáñez con Mortadelo y Filemón.

El problema es que la novia de Filemón era más devastadora de lo que parecía y los seguidores de Mortadelo han usado sus múltiples disfraces para criticar a los que se pusieron manos a la obra, ya fueran dirigentes, trabajadores públicos o ciudadanos solidarios. Las redes sociales, muchos medios de comunicación y variopintos líderes políticos han aprovechado la situación para utilizar el miedo, la impotencia y el enfado como armas contra la gestión de la catástrofe.

El populismo se nutre de las mentiras, o las verdades a medias, por eso es necesario pararse un momento y analizar lo que ha pasado, y cómo no se puede parar un tsunami, ni criticar las acciones de “la buena gente”, como se ha hecho estos días.

Los que comparan cómo se reacciona en otras ciudades del mundo ante nevadas olvidan que Madrid no está en los Alpes, ni en Canadá, ni tiene las mismas características climáticas de Chicago, o Nueva York, ni el mismo clima, ni sufre las mismas corrientes de aire (o por lo menos hasta ahora). No está preparada para un tsunami de nieve y frío polar nocturno. Y no es por falta de previsión, se debe a que cuenta con los recursos adecuados a sus características. ¿O queremos ahora que el Gobierno canario compre quitanieves?

Muchos contertulios, expertos en todo, han criticado a los gobiernos municipal y regional por su actuación, mientras más de un periodista acusaba de que no habían atendido a los avisos de la AEMET, o de provocar que la UME se retirase antes de tiempo. Cuando ninguna de las dos cosas son ciertas. Los avisos hablaban de, como máximo, 20 o 25 centímetros de altura de nieve. Cifra que se dobló y que refleja cómo la intensidad “filoménica” sorprendió a todos.

Cuando en una ciudad no preparada para este “terremoto blanco”, cientos de miles de sus 1,7 millones de árboles, no acostumbrados a estas inclemencias, se rompen y sus ramas, o troncos, caen sobre sus 9.300 calles cubiertas de una alfombra nevada de medio metro, el caos es casi inevitable.

Los coches quedan atrapados, las aceras nevadas y las noches de 10 grados bajo cero convierten la urbe en una gran pista de hielo, lo que “tensiona” las urgencias de brazos y piernas rotas días después. Y en esos momentos aparecen los “héroes” anónimos. Los ciudadanos que con palas, o las herramientas que encuentran, se dedican a abrir caminos entre la nieve, a apartar restos de árboles o a utilizar sus coches 4x4 para desplazar a las personas, sanitarios y trabajadores incomunicados, o que no podían moverse.

No hay Mortadelo sin Filemón, ni héroe sin villano. Y también aparecieron estos. Ya sea apedreando a los que se arriesgaban con sus coches a realizar desplazamientos altruistas, ya sea vomitando en redes sociales, o en medios de comunicación, mentiras, medias verdades o críticas a que se animarse a los ciudadanos a que hicieran lo que tenía que realizar los servicios públicos.

Escuché a un político imberbe, en una televisión que intento no ver, en un debate con un ex ministro desplegar tal nivel de populismo que llegó a criticar a las autoridades de Madrid por animar a esa colaboración ciudadana. Claro, claro... ósea que todo lo tiene que hacer la administración. Incluso en una catástrofe natural no pienso rescatar a mis vecinos, que se ahogan, porque lo tiene que hacer un bombero. Este es el razonamiento. Para haber limpiado todas las calles al mismo tiempo y quitado la nieve que bloqueaba coches y portales serían necesarios todos los trabajadores públicos del Viejo Continente a las órdenes de Madrid.

Dejemos de quejarnos por todo, y de criticar a Madrid por todo en redes. Lo que ha pasado en Madrid ha sido una catástrofe ante la que algunos han reaccionado y otros no, pero por lo menos, los que están viendo el partido desde el palco podrían tener la decencia de callarse y no hacer el ridículo con sus afirmaciones.