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“¡Qué escándalo!… aquí se juega”

“¡Qué escándalo!… aquí se juega”

“¡Qué escándalo, qué escándalo… he descubierto que aquí se juega”, exclama, sorprendido, el capitán Renault, tras ordenar a sus hombres que clausuren el Café de Rick, mientras un camarero le entrega al jefe de la policía las ganancias de sus apuestas.

La mítica escena de Casablanca vuelve a nuestra memoria cuando, con aspecto compungido y burdamente maquillado para parecer cansado y cariacontecido, Pedro Sánchez comparece ante las cámaras para pedir perdón tras descubrir, ¡oh, sorpresa!, que Santos Cerdán no era tan inocente como él creía.

Sin duda, el Oscar para el que Claude Rains fue nominado —pero no llegó a ganar— debería ser para el presidente del gobierno, que se ha revelado como un maestro de la interpretación y un genio de la mentira.

Pero no es con un actor con quien compara a Sánchez el diario británico The Times, sino con un mafioso: John Gotti, el jefe de la familia criminal de los Gambino, al que apodaron Don Teflón por su capacidad para que no se le quedaran adheridos los escándalos, lo mismo que el presidente español, al que le resbalan, uno tras otro, aunque afecten a su esposa, a su hermano o a sus más estrechos colaboradores.

Pedro Sánchez ha rebasado todas las líneas rojas. Los españoles saben que es un mentiroso sin escrúpulos —algo que airea ya la prensa internacional—, que empieza a causar incomodidad en el seno de su propio partido. Si algunos de los suyos tuvieran el coraje de plantarle cara, generosidad política y voluntad de salvar unas siglas históricas como las del PSOE, podrían poner fin a la lenta agonía que se avecina.

Igual que Bruce Willis en El sexto sentido, o Nicole Kidman en Los Otros, Pedro Sánchez ya está muerto, pero él aún no lo sabe. Probablemente nos siga sorprendiendo con sus habilidades de prestidigitador para sacar conejos de la chistera, o de equilibrista para hacer malabares en la cuerda floja. Pero eso es el canto del cisne. Son sus últimos estertores antes de un final que es inevitable. Es solo una cuestión de tiempo. Porque, tal como dice The Times, “the fiesta is over”.

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