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No al voto electrónico

No al voto electrónico

 

El sistema electoral español es prácticamente perfecto. Las elecciones se celebran sin apenas incidencias, millones de personas acuden a las urnas, hay miles vigilando el correcto desarrollo de la jornada y en dos horas disponemos de resultados prácticamente definitivos.

Cualquiera vecino con dudas sobre lo que pasa en su colegio puede asistir al recuento, que en cada mesa está dirigido por una persona elegida al azar, con otras dos elegidas de la misma manera para ayudarle. Además de estar presente un representante de la administración, un apoderado o interventor de cada partido político puede revisar que los votos se cuentan correctamente, uno a uno y a mano, para después llevarse una copia del acta con el recuento. No es posible manipular el resultado de una mesa, y mucho menos las elecciones a gran escala. Simplemente no se puede hacer.

Hay países como Estonia o Reino Unido donde ya se han celebrado algunas elecciones con la posibilidad de votar a través de internet. Otros como Estados Unidos o Brasil disponen de máquinas para votación electrónica en los colegios electorales. El voto telemático permite votar sin tener que desplazarte, lo cual es una innegable ventaja. El electrónico no evita el desplazamiento, pero se supone que agiliza el recuento al hacerse de forma automática.

Sin embargo, hay al menos tres motivos para oponerse a estos sistemas. En primer lugar, la liturgia: en un día de elecciones, los electores participan de un ritual que les recuerda la relevancia de lo que están haciendo. Planifican el día, acuden a un colegio electoral donde también están sus vecinos, preparan su papeleta y la depositan en la urna. Alguna vez les tocará estar en la mesa, otras conocerán a amigos o familiares a los que les ha tocado, o a algunos de los interventores o apoderados que velan por el correcto desarrollo de la jornada. Hay sensación de elecciones. Hay ambiente electoral. El ambiente de las grandes ocasiones. Votar con el móvil desde el cuarto de baño se lleva por delante el respeto a la importancia de la jornada.

En segundo lugar, está la imposibilidad de comprobar la fiabilidad del recuento. Si los votos los cuenta una máquina, ¿Cómo pueden los interventores de los partidos saber si se han contado bien? ¿Cómo puede cualquier ciudadano saber si su voto ha sido contabilizado y si se ha apuntado en el sentido correcto? La máquina podría darte un resguardo en un sentido y apuntar otro distinto. Ni liberar el código fuente del sistema previene de la duda. ¿Cómo sabemos si ese código es el que realmente se está ejecutando en las máquinas? La presencialidad, las urnas transparentes y la posibilidad de asistir a los recuentos alejan cualquier duda.

Y finalmente, no poder comprobar el recuento lleva a muchos a cuestionar la legitimidad del resultado. Si se apunta con cierta frecuencia al fallo informático cuando alguna votación telemática en el Congreso arroja un resultado inesperado, la duda sobre la limpieza de un proceso electoral con millones de votos afectaría gravemente a la credibilidad y la legitimidad de las instituciones que derivan de él. No votamos tantas veces como para que ir a un colegio electoral cerca de nuestra casa sea un problema. Hay margen para mejorar el voto por correo, eliminar el voto rogado, mejorar la información o los plazos, pero este es uno de los (pocos) casos en los que la tecnología no mejora un sistema tradicional.

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Carlos Díaz-Pache

  Director General de Cooperación con el Estado y la Unión Europea de la Comunidad de Madrid