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Sordoridad

Sordoridad

 

Si la sororidad es la relación de solidaridad y apoyo entre las mujeres, podemos llamar sordoridad a esa relación, cuando se limita a los casos en los que los problemas de una mujer no sean políticamente inconvenientes para la otra. Sólo con una relación de sordoridad se explica que la ministra de igualdad, impresionantemente veloz para señalar culpables convenientes y víctimas utilizables, haya mantenido un sonoro silencio para no apoyar a una niña vulnerable, tutelada por la administración pública, que sufrió abusos sexuales por parte de un educador y cuya esposa y responsable pública parece que maniobró para encubrirlo y silenciarlo.

Ni una palabra de aliento a la víctima por la única razón de que la encubridora es una mujer que conviene políticamente a la ministra. Una camarada. Y donde hay política no hay solidaridad que valga. Porque en la escala de valores del falso feminismo, lo primero es la camaradería de izquierdas, después la diversidad cultural, la diversidad sexual, a continuación el odio a los hombres, y mucho, mucho después, la solidaridad con otra mujer.

En su absurda jerarquía de preferencias, al conocer un abuso sexual, la falsa feminista de izquierdas se pregunta si el abusador es un camarada, o familiar de uno. Se pregunta si no será un desvalido extranjero de distinta religión. Se pregunta si no será alguien autopercibido como algo distinto a un hombre. Se pregunta si la víctima es alguien que no se haya significado políticamente con el centro o con la derecha. Y sólo después de tener esas respuestas, y en el caso de que sean correctas, aparece una solidaridad aparentemente general, perfecta, blanca y pura, para representar una unión universal de mujeres en defensa de sus derechos.

El problema del falso feminismo de izquierdas es que no se lo cree nadie. Demasiadas veces les han saltado las costuras por sus incongruencias como para tomarlo en serio. Una mujer es libre de hacer lo que quiera con su cuerpo hasta que decide utilizarlo para ayudar a una pareja a traer un hijo al mundo. Entonces no. O cuando lo quiere usar para ofrecer servicios sexuales de forma voluntaria. Entonces tampoco. O si quiere enseñarlo en mayor o menor medida en un baile. Qué aberración. Qué ofensa. A no ser, claro, que lo enseñe como parte de una reivindicación feminista. Entonces es de una libertad y de un empoderamiento digno de elogio.

El manual del falso feminismo progre obliga a usar el cuerpo de la mujer para su causa, y solo para ella. Ninguna otra, incluyendo ganarse el pan de cada día, es admisible. Todo un ministerio, sus secretarías de estado y direcciones generales, todo su presupuesto y todos sus esfuerzos por lograr la igualdad, matizados vergonzosamente con la ideología para crear una España con mujeres de primera y de segunda, y con hombres siempre culpables y otros siempre inocentes. Un pozo negro de indignidad que deja en la estacada a miles de mujeres que, necesitando apoyo, no lo encuentran en sus gobernantes por su maldita sordoridad.

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Carlos Díaz-Pache

  Director General de Cooperación con el Estado y la Unión Europea de la Comunidad de Madrid