Nos ha visitado el Fantasma de las Navidades Futuras. Lo ha hecho en forma de pandemia para demostrarnos que hemos perdido todo aquello que no supimos valorar. Para muchos, estas fechas serán tristes, añorando a esos seres queridos que ya no están, y puede que solitarias, sin reuniones familiares, ni abrazos, ni sonrisas.

El Fantasma de las Navidades Presentes nos ha mostrado en qué nos hemos convertido. Encerrados en nuestro propio egoísmo, vivimos el hedonismo de una sociedad consumista, en la que todo se reduce a regalos, banquetes y viajes de vacaciones.

Pero el Fantasma de las Navidades Pasadas nos evoca esos tiempos de nuestra infancia, abrazados al calor de la familia, a la ilusión de la inocencia y a la ternura de los buenos sentimientos.

No imaginábamos que nos habíamos convertido en el Señor Scrooge, pero ha tenido que venir un nuevo fantasma, el del coronavirus, para demostrarnos que ha sido así. Habíamos perdido la Navidad y ni siquiera nos habíamos dado cuenta.

En estos tiempos en los que vivimos, es difícil que un adulto nos recuerde el auténtico significado de unas fechas tan señaladas: el nacimiento del Niño Jesús, el hijo de Dios que vino al mundo para redimirnos. La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, lo hizo en la inauguración del Belén de la Puerta del Sol, demostrando una valentía que escasea entre nuestros dirigentes políticos.

La visita de los espectros nos muestra los errores cometidos, pero también nos ilustra acerca de la posibilidad de enmendarlos. En 1843, Charles Dickens quiso terminar su Cuento de Navidad con un mensaje de esperanza que resulta más vigente que nunca en 2020. Quizá el Covid-19 cause el mismo efecto y consiga que la magia de la Navidad invada nuestros corazones para abandonar la misantropía y disfrutar estas fiestas como en nuestra niñez. Puede que el mayor de nuestros errores se convierta en la mejor de nuestras lecciones.