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Distinguir el Bien del Mal

Distinguir el Bien del Mal

 

En algún momento que no sería fácil concretar, el mundo decidió dar la espalda a todas las certezas que tenía. Las que sabían nuestros abuelos y tatarabuelos, las que están impresas en la naturaleza con tanta fuerza, con tan ineludible veracidad, que solamente pueden llevar la firma de Dios. Esas certezas que nos dicen que es mejor un hombre justo, honrado y trabajador que otro vago, borracho y maleante. Que es mejor un hombre sencillo, humilde y temeroso del Creador, que aquel otro soberbio, violento y que desafía las leyes naturales. No hacía falta explicar estas verdades, simplemente todos las sabían.

Pero, como digo, hubo un virus letal, mucho peor incluso que éste de la pandemia, un virus que se cuela por las rendijas del alma, que es el virus del relativismo moral. El que pretende equiparar el Bien y el Mal, la Justicia y la inequidad, la belleza con la fealdad. Es el virus de la confusión y el caos, del todo vale, el virus al que se agarran ateos y agnósticos para decir que la verdad no existe y que, en realidad, todas las opiniones valen lo mismo. Casi todas las desgracias que sufre hoy el mundo moderno tienen su origen en esto. Las generaciones de hoy, entontecidas con la tecnología y los vicios baratos, han perdido las nociones más elementales de las cosas, incluso aquellas que nadie necesitaba explicar porque nacíamos sabiéndolas.

Díganme ustedes cómo podríamos explicar a nuestros padres o abuelos que un diputado nacional ha estado varios años ocupando un escaño después de haber agredido a patadas a un agente de la policía. Y que cuando sale la sentencia condenatoria, que le hace perder ese escaño, la mitad de los diputados presentes se levanta a aplaudirlo. Un pateador de policías que no ha hecho nada en toda la legislatura, más que lucir una cabellera llena de nudos y de...alguna cosa más. O cómo explicar a nuestros antepasados que un partido político (el mismo al que pertenece el diputado pateador de policías) está metiendo con calzador a políticos imputados, e incluso condenados, en el Ministerio de Igualdad, que tiene un presupuesto de 500 millones de euros. El Gobierno de España, recibiendo con honores al lúmpen de la sociedad, a lo peor de lo peor.

Esto debe obligarnos, al menos a quienes no cobramos ni tenemos beneficio alguno de la partitocracia, a preguntarnos por Podemos, el partido que lideró y luego abandonó Pablo Iglesias (un hombre, como se ve, con una clara tendencia a abandonar a los suyos). Un partido que resultaba inquietante y peligroso cuando estaba en la oposición, pero que ahora, incrustado en el Gobierno fake de Pedro Sánchez, es una verdadera amenaza para la libertad y la seguridad de los españoles. Todo en Podemos es oscuro y vergonzante, lo poco que se sabe y lo muchísimo que todavía ignoramos, tanto en lo relativo a su fundación como a su sostenimiento económico y a sus ayudas internacionales. Podemos, cuyos dirigentes acostumbran a acusar y a señalar, es un partido que en cualquier otro país desarrollado estaría ya en vías de ser ilegalizado.

Últimamente, se han conocido detalles acerca de la declaración en la Audiencia Nacional de Hugo Carvajal, ex número dos del régimen chavista en Venezuela, quien habría asegurado al juez que José Luis Rodríguez Zapatero posee una mina de oro en el país caribeño, supuestamente regalada por Maduro en atención a los servicios del ex presidente español. A su vez, el diario ABC informaba también de que la vicepresidenta de Venezuela, Delcy Rodríguez (quien violó el espacio Schengen en Barajas, donde desembarcó trayendo varias maletas cuyo contenido se desconoce), habría asegurado que uno de los motivos de su viaje era una reunión secreta con Rodríguez Zapatero, algo que el Gobierno de Sánchez ocultó en todo momento.

Cualquiera de estas noticias habría hecho saltar por los aires cualquier gobierno de derechas, pero la izquierda española tiene esa otra característica difícil de explicar, y es que parece inmune a cualquier escándalo, cualquiera, incluso de esa gravedad. Durante el Congreso del PSOE en Valencia, besos, abrazos y aplausos a Pedro Sánchez, seguramente por llevarnos a la ruina, el paro y la miseria de empresarios, autónomos y trabajadores. Pero ni una palabra de este escándalo que pone de nuevo en la picota a Rodríguez Zapatero, ni por su parte, que salió huyendo de la prensa, ni de Felipe González, que guardó silencio y se limitó a apoyar a Sánchez.

Y es normal que muchos españoles se pregunten hoy: ¿y qué podemos hacer frente a esta desgracia? ¿Cómo impedir que con el dinero de nuestros impuestos se pague un sueldo escandaloso a una condenada como Isabel Serra, y a dos imputados, como Celia Mayer y Carlos Sánchez Mato, ambos comunistas? Se van a embolsar entre 52.000 y 60.000 euros al año cada uno. Pagados por ustedes y por mí. El "diputado de las rastas", que pateó a un agente de la policía, ha estado ganando 82.000 euros anuales, pagados por ustedes y por mí. Mientras, muchos españoles viven con pensiones miserables y no pueden encender la luz ni poner la lavadora, porque la electricidad cuesta más que el caviar o el azafrán.

Esto es lo que tenemos ahora mismo en La Moncloa, gracias a varios miles de españoles que cuando hay elecciones, eligen a este tipo de personajes. Hasta hace unos años, diputados que simplemente no hacían nada, ni bueno ni malo. Que calentaban el escaño mientras hacían crucigramas y votaban lo que les mandaba el portavoz de su grupo. Ahora ya, desgraciadamente, tenemos en el Congreso y en el Gobierno a personas con distintos delitos a sus espaldas. Ojalá no tengamos que pensar que tenemos en el poder lo que nos merecemos por no saber distinguir el Bien del Mal.

 

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